sábado, 24 de enero de 2009

JARAMILLO ZULUAGA: CRÍTICO LITERARIO

El pasado 10 de enero el periódico El espectador dedicó varias de sus columnas a la muerte del profesor colombiano J. Eduardo Jaramillo Zuluaga, quien al tanto de rescatar a su perro de un frío arroyo, perdió la vida en Estados Unidos el 23 de Diciembre de 2007.

En un país en el que los personajes principales son los de la farándula o la política, es algo insólito que se realice este cubrimiento de la muerte de un profesor de literatura: acaso su título (Ph.D. en Literatura), su presencia en el extranjero (Presidente del Departamento de Lenguas en la Universidad de Denison, Ohio), su colaboración con el boletín bibliográfico de la Biblioteca del Banco de la República y la Asociación de Colombianistas, y - hay que decirlo - una que otra buena relación con algunos representantes de los círculos más influyentes en el país – política y culturalmente hablando – le han valido ese despliegue.

Aparte de la docencia, Eduardo Jaramillo fue un crítico literario que extrañamente, y teniendo en cuenta el lugar donde trabajaba no se dejó contaminar por la vorágine de los estudios culturales norteamericanos. Su labor estuvo centrada estrictamente en la obra literaria, y sus métodos provenían – aunque no se especificaba en sus textos – de una discusión muy fina con los avances en las teorías de abordaje a la literatura. Fue, como él mismo lo afirma, un “lector académico”, enterado de las corrientes más recientes en el trabajo crítico, que devoraba con sistematicidad el corpus de obras al que se dedicó, la mayoría de ellas colombianas.

Esta dedicación se expresa en varios frentes. Por un lado se encuentran las reseñas críticas en las que con franqueza develaba vicios y virtudes de textos diversos: por su reflexión pasan algunas obras de escritores como Boris Salazar, Evelio José Rosero Diago, Andrés Hoyos, Ricardo Cano Gaviria, Jorge Eliécer Pardo, Isaías Peña Gutiérrez. Sustentadas en argumentos académicos – siempre rebatibles en ese nivel, el académico – las reseñas de Jaramillo Zuluaga van creciendo en intensidad en la medida en que con decoro y precisión desentraña las carencias de los escritores del país.

Con una cierta independencia que le confería su estabilidad laboral y su conocimiento, no se entregaba a elogios gratuitos para congraciarse con los autores; tal vez la única concesión que hizo a su agudeza se halle cuando aborda Mambrú de R.H Moreno Durán y Perder es cuestión de método de Santiago Gamboa, dos obras que trata de recuperar del olvido con razones que parecen venir más del corazón que de la cabeza. Pero más allá de esos casos, con su altura académica Eduardo Jaramillo lleva al lector a olvidarse de que el ejercicio de la crítica es una cuestión de odios o simpatías personales y lo invita a adentrarse en sus polémicas desde argumentos derivados de la razón científica y no desde el sentido común, ese caldo de cultivo de algunos escritores, docentes y críticos. Para cualquiera que sea aspirante a crítico literario esta es una primera lección.

Una segunda lección aparece explícitamente en el artículo “arqueología de la crítica” en donde afirma que algunos de los críticos literarios – y otros que no lo son, pero se imponen esa tarea - “hacen una crítica testimonial, más preocupada por el “yo vi” o el “yo sentí” que por el “yo leí”. La lección implica poner de lado una suerte de narcisismo en el que el crítico termina siendo más importante que las lecturas que realiza. Haber compartido un café o unos tragos con un escritor de reconocimiento mundial y comentar la experiencia, haber presenciado un encuentro entre figuras máximas de las letras y plasmar las sensaciones producidas, decir los temores o emociones que se transpiraron en una entrevista, ocupa un renglón mas elevado que la lectura de la propuesta estética de una obra: el crítico – no sus planteamientos – se convierte en el protagonista. Este tipo de crítica testimonial, deriva en ocasiones, y de acuerdo con Jaramillo Zuluaga, en una crítica aristocrática que “declara descaradamente “yo soy exquisito ¿verdad?”

La preocupación de Jaramillo Zuluaga no solo se centró en el ejercicio crítico. Tres de sus más importantes textos “la novela colombiana 1988-1998: saga del lector”, “El deseo y el decoro” y “alta tra(d)ición de la narrativa colombiana de los ochenta” son intentos por realizar una historia de la literatura colombiana que no se desgastara en listas de autores, ni en el formato escolar del diccionario de escritores, obras y fechas. Planteó igualmente la posibilidad de realizar una historia de la lectura que convocara las diferentes formas en las que la obra de Silva ha sido vista desde la crítica en diferentes periodos.

No publicó mucho, tal vez porque temía caer en los que él mismo señaló irónicamente sobre Manuel Arango, esto es, “ser un crítico literario y tener éxito editorial”, con estrategias como presentar a las editoriales múltiples textos sobre escritores reconocidos, maquillar las notas de clase hasta convertirlas en libro, copiar artículos ya publicados y presentarlos en otro texto. Este distanciamiento de la sobreproducción inocua se plasma en Eduardo Jaramillo en una obra crítica novedosa, que no desgasta líneas machacando en lo que ya otros, o uno mismo ha dicho.

En uno de sus artículos, Eduardo Jaramillo afirma que hay un “temor de que la indagación exhaustiva reduzca el placer que derivamos de la obra literaria”. Su trabajo demuestra que es un temor sólo para quienes no desean aceptar el reto de leer con profundidad porque en la mayoría de sus textos académicos emana el placer, no solo del crítico sino también del lector. Su deceso, un tanto novelesco, se suma al del polémico Rafael Gutiérrez y en ambos se respira el camino de una crítica académica, por fuera de lugares comunes y con un rigor teórico envidiable.

Leonardo Monroy Zuluaga

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