lunes, 11 de mayo de 2009

LA PUERTA ABIERTA DE CARLOS ORLANDO PARDO: LA IMPOSIBILIDAD DE DEFINIR SU GÉNERO

Otra vez me encuentro ante una lectura que debe ser reformulada en cuanto a su catalogación como “novela” pues es bien sabido que también existen los llamados cuentos de largo alcance, y que es difícil lograr establecer un punto de quiebre acerca de su pertenencia o no a un género especifico. Pues bien, la obra que me pone en duda y en esta incomoda situación es La puerta abierta de Carlos Orlando Pardo, escrita en Ibagué y publicada con 90 hojas en octubre de 1991.

El texto trata de una mujer de aproximadamente cincuenta años, que ha dedicado toda su existencia al cuidado de su familia, claro que no de sus hijos, porque no tiene, ni de su marido, pues también carece de él; se la ha pasado una vida entera al cuidado de su hermano y de su sobrina y no ha hecho otra cosa que desperdiciar su juventud entre tintos, almuerzos, y lavadas de ropa.

Una de sus amigas le aconseja que inicie la búsqueda del amor que nunca ha tenido y ella, temerosa, lo hace, con lo que una vez enamorada empieza una carrera contra su conciencia, que le dice que no puede abandonar a su familia, pero que le dicta que el amor se ha establecido en sus entrañas y que debe buscar corresponderlo.

En sí, el texto es de lectura fácil, amena y rápida, con lo que el relato gana vertiginosidad y hace que el lector vaya a un ritmo en que desea consumir con avidez las páginas para llegar a saber qué sucede con Paula, protagonista del relato. En este sentido podrá decirse que en este escrito el lector se puede encontrar con las fragilidades del ser humano, con las pasiones y con el devenir de una mujer que siente que “nadie me mira, soy como una sombra, si tropiezo con la gente pasan como si nada” porque el encierro al que ha sometido su existencia hace que en realidad parezca sólo un espectro reconocido por su familia.

Tal vez el verdadero problema del texto es que aunque explicita y argumenta muy bien la situación de la protagonista, al punto en que uno se compadece y quiere que salga de la situación penosa y denigrante en la que está -y el lector se desespera porque parece no tomar la decisión adecuada ni al tiempo adecuado-, carece de profundidad a la hora de expresar plenamente una propuesta ideológica acerca de la visión de mundo de la protagonista, pues existen ciertas inconformidades que uno, como lector, detalla, y que hacen que, al finalizar la lectura, sienta que hizo falta algo, que no está el centavo para el peso.

Si se tiene en cuenta la estructura de la novela, se concluye que La puerta abierta se acerca más a un cuento de largo alcance, en el que las vicisitudes de un personaje son llevadas de manera pausada, a ritmo de novela, pero en el que el sentido es unidireccional y específico, sin la inclusión de verdaderos problemas universales, con lo que se particulariza al individuo en cuestión y no se logra que llegue a representar a miles en un mismo sentir, sino que, por el contrario, se acepta que ese ser es único en sí mismo y que su historia pertenece únicamente a él, y nadie más.

El problema, insisto, es que es realmente difícil definir o categorizar el escrito, pues aunque figure como novela, creo, -muy a mi juicio- que se trata de un cuento largo. Cada lector deberá juzgar de acuerdo con sus conocimientos y necesidades literarias: yo sólo invito a retomar su lectura y a indagar su contenido para que el lector se divierta con las impertinencias de Margarita, amiga de Paula, que en ocasiones termina por aburrir al lector de tal forma que desea que ese personaje desaparezca y deje de manipular al central, pero que una vez se comprende, se asume su importancia para el relato porque es un personaje que “no había tenido problemas con lo que soñó ser y con lo que era”.

Otra cosa curiosa es la aparición de un narrador que cuestiona las decisiones de su personaje, las pone en duda, le pregunta al lector si esto le conviene a Paula o si por el contrario debería alguien intervenir. El narrador se dedica siempre a cuestionar, incluso a burlarse de la suerte de su personaje y con un tono que logra despertar la risa de quien lee: es un narrador especulativo, dubitativo y metiche, pero que sabe narrar con pausa, tensión y, de cuando en cuando, vertiginosidad, velocidad y aceleración, de acuerdo con las necesidades del escrito.

Finalmente, espero que puedan acercarse a esta obra y si alguno de ustedes, después de hacer una lectura consiente y seria de la misma, logra descifrar el enigma de su género, o sacarme a mi de mi propia ignorancia, estaré esperando sus comentarios y aportes, para, si es necesario, replantear este escrito hablar con propiedad de su contenido.

OMAR GONZALEZ.


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