viernes, 25 de septiembre de 2009

VAINAS ACERCA DE UNA OBRA CARGADA DE JUVENTUD ENCHARCADA Y METIDA EN EL FANGO ESPESO DE LA CIUDAD Y LA VIDA CONTEMPORANEA.

Otra vez Caicedo, otra vez la nada, no la nada de la falta de algo sino esa sensación de vacío, mas bien como un hueco atravesado en medio de la única calle que transitamos, la impotencia y el encontrarse de frente con la escritura esquizoide, con las paranoias citadinas de un Andrés intransitable, brusco y desquiciado.

Nada que hacer. Estoy metido de nuevo en un universo lleno de sinsentidos, de aguas profundas que empantanan y que tragan, como arenas, despacio y contundente. Qué hacer si ya he sido ganado y lo que es peor, acepto la condena deliciosa de perderme entre estas líneas como aquel que aprueba ser clavado en un madero para refrescar su imagen en la eternidad.

Así está la cosa: agarro el libro y le digo seguro al que lo posee –un vendedor de libros en el centro de la ciudad- que me lo encime con el otro libro que le estoy cambiando porque creo que es insuficiente el negocio para deshacerme de mi libro, y que si no acepta darme este también, entonces no hay trato y me voy a negociar con alguien que sí aprecie la buena literatura.

Entonces llévelo haber – dice- y me lo da a regañadientes mientras balbucea cosas en contra de los truhanes que se aprovechan de su necesidad de llevar la papa a la casa.

Yo lo ignoro porque el que desconoce en el lío en que me he metido es él, y de conocer por si mismo el contenido de lo que está vendiendo, jamás se atrevería a dejarlo por ahí para que alguno de su hijitos hambrientos lo cogiera por casualidad para tirarse la juventud así como de tajo.

El hecho es que llega a mis manos por ambición, la pura necesidad de salir ganando siempre, de poner a perder al otro y de sentir que aun tengo ese poder de manipular y convencer fácilmente a los demás.

Entonces abro la vaina, claro, después de ojear la portada adornada con una buena cantidad de muñecas de plástico desnudas, algunas sin cabeza, brazos, ojos, alma… y me hago una idea inicial, presupuestosa y apriorística de lo que puede significar entonces el título del libro de cuento: Angelitos empantanados.

Como no es una edición así que digamos excelente, tengo que conformarme con digerir su contenido en el poco recomendable papel periódico, presentación de bolsillo y letra de chance.

Nada de eso importa, la verdad es que después de leer otras cosas del mismo autor, cada vez que veo algo que no he leído me entra una creciente sensación de gula bestial y hago lo que sea por tener otra lectura desquiciada y vertiginosa, como suele suceder siempre en Caicedo.

Pero el hecho es que arranco, así y todo en la buseta gastando ojo y me estrello con esa vaina tan jodida de la desazón y la desesperanza: heme tendido en está cama; hace cuanto no lo sé, pues he perdido el apetito y nunca duermo, y afuera hacen unos días oscuros y calientes, como si la ciudad estuviera próxima a la peste; no veo que nada se mueva, a excepción del viento y del polvo que trae el viento. (pág.9).

No es posible que de entrada se encuentre uno con que todo el libro es el existencialismo desbordado, el sin sabor de la vida, la jodida cosa esa de existir en medio del calor del infierno y de saberse calcinado de antemano por una sociedad parca y poco interesada en las individualidades.

Hay que asumir -me dije- el hecho de que las sociedades contemporáneas nada ofrecen al individuo si este mismo no renuncia a su particularidad y se mezcla en la fanfarria de lo colectivo y de la representación de la masa.

De lo contrario, -es deducible- aparece entonces la maldición y el calvario de seguir siendo un individuo asado en la impaciencia del no saber que hacer en medio de una Cali caliente y sin oportunidades de realización espiritual.

La lectura continúa y el universo se configura a medida que se leen las tres partes-cuentos que conforman el completo del libro, en el que los personajes aparentemente son distintos en cada cuento y después son tres historias que complementan una sola imagen: la juventud amparada en el desarraigo citadino, la juventud que acepta estar metida de bruces en el lodo y que disfruta embadurnarse de pesadez y de sinsabor, la que prefiere una variante antes que aceptar el gastado horizonte, la curiosa, la hermosamente curiosa que encuentra en el riesgo esa vaina dulce de vivir aun cuando la esperanza sea una puta recién comida, despeinada y putrefacta.

Esta es una obra cargada de imágenes coprológicas y vomitivas que pretenden mostrar al jovencito desenfrenado, sucio y altanero en su tierna inmadurez, que termina reconociendo que lleva una vida de papas podridas y ajos al cuello, pero que aun cuando se da cuenta de su desdicha, la acepta porque es la parte que le ha tocado vivir y de la cual, únicamente el entregarse al amor es lo que vale la pena; lo demás sobra: asquea la posibilidad de verse saturado de trabajo y cotidianidad monótona y desabrida.

Todo gira alrededor de un amor frustrado que acaba por convertirse en la muerte por criminosis de Angelita. Descubra entonces qué es lo que hace que una historia de amor, ciudad y juventud termine siendo la excusa para hablar de la escoria y despreciable vida citadina de los jóvenes contemporáneos, de todos los contemporáneos insatisfechos y jamás representados por la masa y las conveniencias de los que pretenden encasillar las formas de asumir la realidad y la vida misma.

OMAR ALEJÁNDRO GONZÁLEZ.

Ficha del libro: CAICEDO, Andrés: Angelitos empantanados. Norma editorial. Tercera reimpresión. Bogotá, marzo de 2000. (1997)


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