viernes, 30 de octubre de 2009

LAS REVISTAS LITERARIAS Y SU IMPACTO EN LA LITERATURA

Desde hace algunos años, mi cuarto se encuentra invadido no sólo de libros, sino que a este fenómeno del anti espacio –sabrán que el cuarto de un joven y empedernido lector es todo un enredo de libros y papeles- se ha sumado una buena cantidad de revistas literarias, que gracias a Gabriel Arturo Castro y otros personajes de la vida literaria regional y nacional, se han ido incorporando a medida que participo en eventos, lanzamientos de libros y encuentros de escritores.

Sé que en primera instancia no es muy importante que encontremos el cuarto de un joven lleno de revistas, o de papeles, pues nadie en absoluto garantiza que las lea, pero cuando se trata de uno de esos lectores asiduos e insaciables, entonces este hecho inoportuno adquiere cierta validez, al punto de que a ese joven le taladra la idea de escribir algo sobre las famosas revistas que se hospedan junto a su gastado cuerpo en un pequeño cuarto de pensión.

Son tan variadas y tan raras algunas revistas y periódicos que tengo, que me es imposible no decir que su divulgación pareciera otro acto literario en sí; por ejemplo, se me ocurre hablar de la revista ‘Arquitrave’, cuyo director es el conocido Harold Alvarado Tenorio, y que en su edición nº 42 presenta al poeta Ignacio Escobar Urdaneta De Brigard, con su cabello peinado de lado pero de un largo considerable, espeso bigote charro y una mirada tan perdida, que da la impresión de ser un poema como tal desde su sola presencia y su imagen.

Esta caratula es extraña porque a uno no le dan ganas de ojear la revista, que supone extraña y poco seria; sin embargo, cuando se lee el contenido, se despierta de inmediato esa sensación de confabulación, pues se encuentra con que ese hombre, de por si raro, escribe de una forma similar a su mirada.

Sigo hablando de revistas, y otro ejemplo me llega de Santa Marta, y no sé por qué, pero el título también es demasiado sugerente: “Mesosaurus” ediciones 3 y 5.

Entonces la curiosidad es mayor y me encuentro con que mesasaurus –en español- es un género extinto de saurópsidos mosasáuridos que vivieron en el Cretácico superior (hace aproximadamente 90 y 65 millones de años...) lo que me sugiere que el contenido de la revista es sobre poetas o escritores tan ancianos que no pueden ser llamados de otra forma; sin embargo, los escritores que conforman el corpus de la revista son todo lo contrario, algunos conocidos sólo por el director de la revista, amigos y demás, porque son profesores y yo qué sé.

El mismo director de ésta revista, Hernán Vargascarreño, tiene una en Bogotá que es excelente y recomendada, se llama ‘Exilio, para asumir la soledad’ y que se especializa en la realización de antologías de poetas colombianos desde hace 15 años, dentro de los que se destacan Omar Ortiz, Juan Manuel Roca y Giovanni Quessep.

En esta revista se encuentra el sentido poético de la compilación de un solo autor, representado de tal forma que se hace el lector una idea del poeta y de sus cambios en las escritura, de su proceso y de su trascendencia, por eso la recomiendo.

Otra revista de esas que me habitan se llama “polifonía”, de amplio renombre y de contenido gustoso. Es una de esas revistas que en definitiva se ha ganado el espacio en el ámbito nacional, no sólo por su amplia difusión, sino porque en sus páginas se encuentran las múltiples voces de escritores y críticos literarios de todo el país, con lo que su contenido se torna multifacético y sugerente para aquellos que aman las letras en toda su expresión: Lectura, Crítica y creación.

En fin, podría alargarme en nombramientos: Común presencia, Boletín bibliográfico, el periódico de Babel La palabra sangría, Tiempo de palabra y cualquier cantidad de revistas literarias y periódicos importantes en la vida literaria nacional, pero realmente lo que deseo es recomendar el seguimiento de estas publicaciones, que no sólo contribuyen a la difusión de la creación y la crítica nacional, sino que se proyectan como presentadoras de nuevos poetas, de otras voces, las marginales, las periféricas, porque ofrecen un sin número de posibilidades al lector, a su imaginación y le muestran que en Colombia son tantos los enamorados de la literatura como revistas literarias hay.
A todos los lectores invito a que en las bibliotecas y puestos de revistas busquen estas publicaciones, ausculten su contenido y conversen íntimamente con los escritores y poetas que en ellas se encuentran, tan atrapados y tan sinceros como cualquier joven de pensión que se pudre en medio de papeles, libros y revistas literarias.

OMAR GONZALEZ.

domingo, 25 de octubre de 2009

PARA SEGUIR EL EJEMPLO

A J.E.C.L.

Hace unos años un maestro disfrutaba que yo le preguntara qué estaba leyendo, para contestarme con una sonrisa llena de picardía: Basura. Cuando leía en su rostro la ironía y veía cómo levantaba paulatinamente la novela sobre mis ojos, entendía que el doble sentido del título de la obra de Héctor Abad Faciolince le agradaba: leía Basura no basura.

Luego supe que ese título era un terrible gancho comercial que deja a los lectores con la inquietud de ir a sus páginas para conocer su trama. Yo no aguanté la tentación y unos años más tarde asistí a la cita que había preparado mi profesor con esa sonrisa pícara.

El argumento de Basura se repite en cuanto trabajo de grado y reseña del libro exista: un escritor que a pesar de tener dos obras publicadas es un perfecto desconocido en el ámbito nacional aunque goza de un estipendio que le permite escribir con comodidad. Un crítico por azar, que busca en la basura del conjunto residencial donde vive, las hojas que ha desechado Davanzati –el escritor frustrado- y reconstruye algunas de sus historias. De por medio hay comentarios sobre la literatura colombiana y especulaciones sobre la vida íntima de Davanzati.

Quiero obviar aquí lo de la escritura de la novela –que en realidad son dos, la del crítico y Davanzati y la que elabora Davanzatti- , con ese lenguaje que desde un principio reta lo literario, y se mete en el terreno de la coloquialidad de un crítico; pensemos por ejemplo en el inicio con una repetición que parece equivocación de principiante pero que es en realidad el juego planteado por el narrador: “Esto que empiezo empezó cuando me pasé a vivir por el Parque de Laureles” (13)

Quiero obviar -insisto- el lenguaje y la estructura para centrarme en la figura de Davanzati: uno podría sentir por él una pequeña conmiseración, en tanto pese a que se esfuerza por hacer una obra realmente significativa, solo tiene retazos mal elaborados, o escenas en las que el peso de su vida personal arruina la prosa. Davanzati se suma a la lista de algunos escritores frustrados que han pasado por las líneas de narradores nacionales y extranjeros.

Recuerdo aquí el Ignacio Escobar de Sin remedio que, desesperado porque no le sale nada, escribe en un espejo de su baño “mieeeeeerda”, grita y se enfurece; también está Leopoldo, un personaje de Augusto Monterroso, que adquiere una fama de escritor local pero tiene un pequeño problema: nunca escribe, y cuando lo hace, lo hace pésimo. Recuerdo también estos hermosos versos de César Vallejo:

“quiero escribir, pero me sale espuma
Quiero decir muchísimo y me atollo”

Que después complementa con la estrofa

Quiero escribir pero me siento puma;
quiero laurearme, pero me encebollo.
No hay voz hablada que no llegue a bruma,
no hay dios, ni hijo de dios, sin desarrollo

Todos hablan sobre lo difícil de la escritura y algunos sobre la frustración de narradores que se “encebollan” cuando van a escribir. Lo particular de Davanzatti es su honestidad: como sabe que nada de lo que narra es digno de ver la luz, bota todo a la basura. Sin remilgos de escritor inmaduro y con mucho veneno en su crítica personal va desdeñando sus líneas, hasta que, tal vez, aparezca la más contundente.

En ese sentido no veo a Davanzati con conmiseración sino como ejemplo de buen escritor; porque el buen escritor se conoce tal vez más por lo que bota, desecha, acaba y arruga, que por lo que publica. Por eso tal vez desconfío de los que publican por montones y creen que entre más páginas tengan sus obras, más ingeniosas y originales son. Por eso en ocasiones me parece abrumadora la obra de León de Greiff, Germán Pardo García, Homero Aridjis, en poesía –aunque algunos tengan muy buenos poemas-, y de narradores con diez y hasta doce obras encima: ¿habrán botado lo suficiente?

Que Davanzati resucite en cada uno de los narradores colombianos sería una buena manera de mejorar los productos artísticos: pero las presiones de editoriales, la necesidad de afamarse, una egolatría a la máxima potencia, la ingenuidad o la felicidad de ser llamado “escritor”, son impedimentos casi insalvables. Esta es la razón por la que nos debemos resignar en ocasiones con novelas, cuentos y libros de poesía, que arrancan más una mueca de desespero que un buen sentimiento.

La sonrisa de mi maestro me persigue y especulo con que haya intuido alguna vez, que yo escribiría estas líneas. Él tampoco ha culminado su obra y creo que ha preferido echar todo al bote que gozar de una futura vergüenza –o tal vez de una futura gloria. Por lo pronto espero que él y el personaje de Abad Faciolince sean faros: ¿mucho pedir a una nación en la que todo el mundo que lee dos libros y escribe unas líneas, quiere que se le diga escritor?

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del Libro: Abad Faciolince, Héctor. Basura. Madrid: Lengua de Trapo, 2000.


jueves, 22 de octubre de 2009

CUANDO LA REALIDAD Y EL SUEÑO COPULAN: “OJOS DE PERRO AZUL” DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Los seres humanos somos animales en esencia duales, entes condenados al dos que se multiplica y lo impregna todo. De la derecha a la izquierda, de la memoria al olvido, del amor al odio, de la vida a la muerte o como en la maga literatura, del sueño a la realidad y de la realidad de nuevo al vuelo.

No nos habrá de extrañar entonces, que sea esta última un infinito laberinto de pares que copulan y riñen entre sí o como en “Ojos de perro azul” de Gabriel García Márquez, un lugar donde las cosas se funden y ya nada parece delimitado.

Un relato en primera persona narrado por el protagonista, que trata sobre una historia de amor muy particular.
Él es “el único hombre que, al despertar, no recuerda nada de lo que ha soñado” y ella su compañera de vuelo, una enigmática mujer con piel de cobre que entró un día a un cuarto de sueños ajeno y ya no pudo dejar de frecuentarlo cada noche: “nos veíamos desde hacía varios años. A veces cuando ya estábamos juntos, alguien dejaba caer un cucharita y despertábamos”

Como tampoco lograría dejar de buscarlo cada día al despertar por las calles de una ciudad que nunca pudo recordar en aquellos sueños. “Ojos de perro a azul” el instrumento de su búsqueda, una frase que sólo podría reconocer él, que asecha pronunciada y escrita el encuentro de aquel hombre desmemoriado que la pronuncia cada noche con la esperanza de recordarla al otro día.
En dicha historia, asistimos al renacimiento de un tema que parece nunca agotar sus posibilidades. Como en Borges o Cortázar. El sueño aquí es una dimensión vital del hombre, que extiende sus tentáculos hasta la realidad, en un abraso profundo e irremediable.

Gabriel García Márquez, se encarga de arrastrar al lector de manera progresiva de la realidad a la fantasía para abandonarlo súbitamente en un laberinto de posibilidades que tiene como eje central el sueño, una dimensión bicéfala.

En las primeras líneas de este cuento, parece que somos testigos de una situación cotidiana, el encuentro de dos viejos conocidos, de los cuales uno no parece reconocer al otro:

“Entonces me miró. Yo creía que me miraba por primera vez. Pero luego, cuando dio la vuelta por detrás del velador y yo seguía sintiendo sobre el hombro, a mis espaldas, su resbaladiza y oleosa mirada, comprendí que era yo quien la miraba por primera vez”

Sin embargo no trascurre mucho del relato para que la atmosfera se torne extraña, pronto no queda duda de la naturaleza fantástica del relato:

“Le veía los párpados iluminados como todas las noches. Fue entonces cuando recordé lo de siempre, cuando le dije: «Ojos de perro azul». Ella me dijo, sin retirar la mano del velador: «Eso. Ya no lo olvidaremos nunca». Salió de la órbita, suspirando: «Ojos de perro azul. He escrito eso por todas partes». ”

¿Ojos de perro azul? Desde este instante el título cobra sentido, lo que parecía un hermano de la “La naranja mecánica” es un título que lo ilumina todo el texto. Luego viene poco a poco el esclarecimiento de la situación.

Sin darse cuenta el lector se encuentra de un momento a otro en un mundo onírico, esbozado por imágenes fantásticas que parpadeaban inadvertidas. Un cuarto, una puerta, un tocador, una veladora, una mujer de cobre y un hombre que al recordarla como cada noche al mirar sus “parpados iluminados” le dice cariñosamente una frase inolvidable: “Ojos de perro azul”.

Hasta aquí el lector ha experimentado multitud de esclarecimientos, pero son más los interrogantes que nacen ante las extrañas circunstancias. Ya que cuando todo parece despejarse en una cotidianidad enrarecida, vuelven las bofetadas de sentidos ebrios:

“Durante años no había hecho nada distinto de eso. Su vida estaba dedicada a encontrarme en la realidad, a través de esa frase identificadora: «Ojos de perro azul”

Sueño y realidad, una imagen nítida y amable, de no ser porque es tan sólo el señuelo de un laberinto, de un juego de espejos que atrapa al lector. La mujer explica al hombre todo lo que hace en la realidad para encontrarlo una vez abre los ojos y esta descripción resulta ser más alucinante que el mismo sueño.

“escribía en las servilletas y rayaba con el cuchillo el barniz de las mesas (…) en los cristales empañados de los hoteles, de las estaciones, de todos los edificios públicos”

A lo que se suma más adelante algunas frases perturbadoras, en una conversación entre ella y él:

“«No sé por qué no puedo recordar dónde lo he escrito». Y yo le dije: «Por lo mismo que yo no podré recordar mañana las palabras». Y ella dijo, triste: «No. Es que a veces creo que eso también lo he soñado»”

El relato termina con la promesa rutinaria del encuentro y la desesperanza de vencer al olvido que es el gran obstáculo. Sin embargo, es de resaltar el entre cruce de posibilidades que sugiere el final relato.

Porque contrariamente a lo que afirma la determinante frase final “Eres el único hombre que, al despertar, no recuerda nada de lo que ha soñado” está el resto del cuento, pues recordemos que quien lo narra es un hombre que al parecer lo ha recordado todo.

Sin duda, cuando leemos “Ojos de perro azul” nos enfrentamos a un texto que reta constantemente nuestra imaginación. En él, García Márquez se encarga de crear una atmosfera de intriga constante, cargada de detalles que provocan en quien lo lee, una sensación de extravío, cuando no de placentera expectativa, que hacen finalmente de este cuento, una pieza valiosa dentro de la narrativa de este escritor, que se diferencia de las demás por su temática particular y un estilo más mesurado en el empleo de figuras retoricas, pero no por ello desprovisto de aquellas imágenes que sólo tienen lugar cuando la realidad y el sueño copulan.

DAMIÁN GUAYARA GARAY

FICHA DEL LIBRO:

GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. “Ojos de perro azul”. En: Todos los cuentos (1947-1972). Círculo de lectores: Bogotá, 1983. Pág. 47-53

sábado, 17 de octubre de 2009

RELATO DE UN POETA INCIERTO.

Iba entrando al restaurante donde suelo frecuentar, a eso del mediodía, y fue cuando lo vi.

Estaba sentando en medio del lugar, solo, absorto en quien sabe qué; por su físico y sus aires de mística apariencia –llevaba barba exuberante, un bastón, libros y un saco de paño que hacia juego con un blue jean– pensé en León de Greiff.

Desde hace un buen tiempo, mantengo en mi maletín una antología interesante, eso sí, incompleta de la vasta obra del poeta.

Y me la paso “fastidiando” compañeros –sobre todo féminas– con esta lírica, grandiosa, profunda, ininteligible para la mayoría. Por eso, cuando voy por ahí, viandante indiferente, guardo fragmentos especiales y los digo sin temor a equivocarme.

Entraba, lentamente, recordando “yo señor soy acontista / mi profesión es hacerle disparos al aire” sin saber que en realidad iba a encontrarme con una aventura, digna de Guillaume de Lorges.

Decía que su apariencia no desentona con la del gran rapsoda antioqueño. A excepción del blue jean, claro está.

Por alguna razón inconsciente, pensé que también era poeta. Cuando él me dijo que estaba en lo correcto, –ya le había dicho que estudiaba Lengua Castellana y Literatura– dio su nombre pensando que quizá lo conocería: Miguel Ángel Sefair.

Hice un esfuerzo. No sabía quién era. Creo que se disgustó, sin embargo quiso que le acompañara en la misma mesa. Y allí empezó el enredo.

Me dijo demasiadas cosas en torno a su obra, sus temas recurrentes al momento de escribir, exhibió unos libros de su autoría, fue agresivo con el país porque este no sabía apreciar la cultura y las letras, sobre todo las de él, y finalmente, cuando hube de almorzar, me preguntó que cuál era el poeta colombiano que más me interesaba.

Es difícil responder, pues son varios los que entran en esa lista selecta: Julio Flórez, Barba Jacob, El tuerto Lopez, Gonzalo Arango, María Mercedes Carranza. Pero el preferido es León de Greiff sin duda. Secamente confesó que lo había conocido.

Me dijo que sabía varias historias que compartieron en el Café Automático. Me llamó la atención, y lo acompañé a la Universidad.

Mientras nos tomábamos un tinto, me comentó que fue amigo cercano del poeta paisa. Me pareció raro porque León de Greiff era de pocos amigos, mas él afirmaba que así era, incluso decía que el “maestro” era más amistoso que Gonzalo Arango, el cual sí era un gran enigmático y poco de dialogo. Le creí, era su voz contra la mía.

Después de una serie de anécdotas sobre el susodicho –eso de que le gustaba llevar en su gabán dos botellas de aguardiente cada noche, andando como un “beodo” por la Candelaria, siendo amistoso con unos, grosero y altanero con el resto; sus rabias cuando le decían Maestro, a veces Poeta; su trágica muerte a manos de una cirrosis anunciada– le pregunté el motivo de la visita a esta ciudad.

Sefair no escatimó en decir que era un invitado por la Universidad del Tolima para la muestra poética que se llevaría a cabo durante la semana. Momento oportuno aquel, para querer saber sobre su poesía. Pasó varios libros, los leí con detenimiento al principio, luego con desespero, finalmente con desgano.

La verdad fue como estar con poesía de estudiante de pregrado que anda convencido que al comprar a sus críticos con favores, tapa la pobreza estética de su producción. Perversos versos leí.

No sabía qué decir cuando el señor Miguel Ángel quiso saber esta humilde apreciación. Me fui por lo sutil: son algo convencionales –temas de amor, mujeres, naturaleza, conflictos con Dios, al mejor estilo de Cesar Vallejo, claro que a la versión Sefair le falta contundencia; todos tratados con ese lenguaje dulzón, carente de rigor, imágenes pobrísimas con tendencias fuertes a lo comúnmente establecido; insisto, poesía de estudiante de pregrado o de colegio– deberían ser analizados con mayor profundidad, total, una lectura ligera no determina mayores alcances.

Entre el desconcierto y la afirmación guardó sus materiales. A propósito, lo único que me interesó fue el título de una de sus obras: Jaque a la locura. Será porque soy cercano al ajedrez. De resto, ni hablar.

Ahora, las 2pm. Sefair tenía que estar en una presentación, supuestamente iba a abrir el recital. Lo acompañé hasta la entrada del bloque 32 de la Universidad, prometiéndole que después hablaríamos con detenimiento. Por obligación, tuve que atender otro tipo de compromisos.

Dijo que en el evento, iba a hablar con las directivas del alma mater para saber todo lo relacionado con su hospedaje. Creía que su alojamiento estaría por los lados del centro de la ciudad. Algo así le habían dicho.

Quedamos en esos términos. Intercambios de números celular. Y hasta otra vista. Supe después, que no entró a la sala donde supuestamente haría su presentación. Fue directamente a la alcaldía local a buscar a alguien. Ni lo atendieron. Se devolvió a la U. El evento estaba terminando. Bastante díscolo resultó ser el poeta, teniendo en cuenta su considerada edad.

Entrando la noche, llamó Sefair. Pobre viejo, sin hospedaje. La Universidad no se pronunció de manera positiva, dejándolo a la deriva. Como siempre, no desentona mi querida la UT. Y lo peor, con 10.000 pesos contaba.

No me cabía en la mente que este poeta comenzara a recorrer las calles ofreciendo sus libros, que en sí, superaban los 5 ejemplares. ¡Y los vendía a 30.000 pesos el pobre pillo! Claro, no iría a vender ni uno, más a estudiantes que les preocupa más un vallenato que un libro de poesía.

Aunque con esa calidad, no se sabía a ciencia cierta qué era peor. Yo creo que ellos prefieren la música y la bebida. Les cuesta leer a veces. Pensaría que no leen por recomendación médica, no vaya y les dé un derrame cerebral tan jóvenes. Con todas estas calamidades, estaba la posibilidad de ofrecerle hospedaje. Sin duda, aceptó.

Antes de eso, fuimos a un restaurante. Luego de cenar, y al calor de unas cuantas cervezas, hablamos de literatura. Gratificante la charla. Cervantes, Baudelaire, Kafka, Cesar Vallejo, Gómez Jattin y otros sobresalieron.

También me interesó los relatos sobre cuestiones que desconocía de los judíos –mi tesis de grado gira en torno a ese tema– sobretodo, elementos de su cultura y religión difíciles de saber por cuenta de ellos.

De paso, dijo ser descendiente libanes, y poseer en su sangre una cultura basta en conocimiento de las letras. No conjeturo, a lo mejor, tiene razón. Ahora, volviendo al tema literario, me comentó de un poema “maldito” de Rafael Pombo escrito en EEUU y que Colombia lo negó por ser hereje y distorsionador de las buenas costumbres.

Sefair se sabía el primer párrafo. Es extenso, en realidad. Para él, el mejor poema que se había escrito por un colombiano –fue una fortuna la no postulación de sus creaciones, aunque tuvo la intención de hacerla con Jaque a la locura–.

Me pareció curioso que de León de Greiff no tuviera valoraciones. Así son los escritores: envidiosos, egoístas y pendencieros entre ellos mismos. En el epilogo de este encuentro semi - bohemio, me comentó sobre un proyecto en ámbito de la literatura colombiana: consolidar una poesía que explore la Violencia; algo así como “la poesía criminal en Colombia”. Bastante ambicioso, lo acepto, pero las consideraciones puestas sobre el tema son interesantes.

Hubo una buena disertación. Comenzó a llover. Algo atípico en esta ciudad veranera. Llegamos a mí casa. Pudo instalarse cómodamente, en medio de la modestia del sitio. Amaneció. La urgencia estaba en llegar temprano a la Universidad, hablar con las directivas, sobre su caso, y en lo inmediato, presentarse al recital.

Tampoco hubo tal escenario de representación. Las directivas del centro educativo volvieron a quedarle mal. Creo que ni lo tenían en la lista de ponentes para ese día. Dudo que estuviera en el de la semana.

Por lo menos, no lo vi en las programaciones. Mientras tanto, ni se inmutó y por ahí se entretuvo caminando en la U, sentado de banca en banca. Luego, tras recordar que sus 10.000 pesos quedaron en nada por lo de la cena y las cervezas, empezó su tarea de vender libros. Nadie quería comprar. Me contaron eso luego.

Se acercaba el medio día. Tenía que estar en Bogotá antes de las 5pm, una cita con el abogado para llevar un caso jurídico. No volví a saber nada de él. Fui a preguntar a la biblioteca y no me dieron respuesta. Supongo, vendería un libro para pagarse el trasporte.

Lo único cierto es que don Miguel Ángel no bajaba el precio de sus ejemplares. “30.000 pesos, eso valen. Eso vale mi arte” decía cuando traté de persuadirlo a una rebaja. “Mire poeta –rótulo bastante complejo de llevar– que la gente aquí es cerrada para la compra de libros” le decía, y él señalaba: “Juan, así son.

Pero no puedo dar rebaja a mi creación. Es un precio justo”. Terco. Creo que al menos, vendería uno, eso le serviría para volver. Sefair, así como llegó se fue. Con más pena que gloria.

No me obsequió un libro de su producción, y pienso que ni yo hubiera querido aceptarlo. Por esta razón, Usted no encuentra citas o fragmentos de poesía de Sefair en este texto.

Si lo prefiere búsquelo en Internet, que todo lo sabe y todo lo puede. Será en vano. La única opción es una librería o en su defecto bibliotecas. De pronto tiene suerte. Lo que si pude hallar, fueron diversas facetas en torno a la vida “corriente” de un escritor. Sus aflicciones, penurias, esperanzas. Por ahí me insinuó la necesidad de gestionar un Honoris Causa, a su nombre.

Del mismo modo, válido, luego de esto, lo complejo de tratar con escritores. Es mejor la distancia medida con prudencia, en aras de evitar compromisos con ellos a la hora de hacer la crítica.

No es pertinente que el crítico y el objeto de estudio –obra/escritor– formalicen un tipo de amistad malsana, en donde vienen injustificadamente los elogios forzados, valoraciones dudosas y otros fenómenos que por el bien de la Literatura y el Arte es mejor evitar.

Tiene razón, de nuevo, un amigo contertulio: Tomar distancia es lo ideal en estos casos. Así como la Universidad del Tolima, y en general, Ibagué en Flor, amargamente lo hizo con él.


Juan Carrillo
juanelcaibg@gmail.com

martes, 13 de octubre de 2009

ACERCA DE UN DIARIO QUE NO CUENTA NADA, PERO QUE…

Es bien sabido que en la postmodernidad se revierten y subvierten todos los valores, los modelos y las causas, con lo que cada vez aparecen nuevas formas de asumir la realidad y con ella los conceptos de verdad –si es que en ésta época se puede hablar de ello-, historia y literatura.

En los últimos días he estado muy cercano a las personas que se encuentran realizando la maestría en literatura en la universidad del Tolima, la mayoría, conocidos de tiempo atrás, algunos profesores y otros amigos del pregrado; otros, definitivamente apenas empiezan a figurar en la psiquis de mis conocidos y se van ganando su espacio en medio de las disertaciones al calor de la cerveza y las charlas literarias.

Curiosamente el libro que intento mostrar hoy es producto de una de esas disquisiciones sobre lo postmoderno, al menos en materia de literatura, pues resulta que a los estudiantes de la maestría los pusieron a elaborar una lectura crítica y concienzuda de la obra en mención y los comentarios iban y venían como una especie de divertimento intelectual por medio del cual se pretendían realizar serias apreciaciones negativas sobre el autor y su obra. Entonces, no pude soportar la bocanada de intromisión necesaria para preguntar de qué obra o libro hablaban.

Como si hubieran encontrado el anhelado lugar de la purga, el barranco de las defecaciones y la pared de orinal, me sentenciaron que ahora el problema iba a ser mío, y me dieron el librito al tiempo que palmoteaban mi espalda y reían con esa sonrisa irónica y burlesca que presagia problemas y dolores de cabeza. Acepté porque eso significaba otro ejemplar para mi bifurcada biblioteca y una lectura oportuna al nivel de la maestría.

La cosa es como de la siguiente forma. Todos los martes me paro en un parque de la universidad con un zarzal de libros para que aquellos interesados en leer algo de literatura se acerquen, tomen uno prestado y se lo lleven donde quiera se les de la gana de ir a deshojarlo, siempre y cuando se comprometan a devolvérmelo antes de las seis de la tarde.

Ahora, yo no se para donde voy, pero esto que les cuento con el libro sucedió a eso de las dos y media de la tarde. Entonces, tuve hasta las seis para leerme las 114 páginas que lo componen. Resumiendo, diré que el libro es de Octavio Escobar Giraldo y que después de casi dos horas –realmente poco- concluí la lectura de El último diario de Tony Flowers, con la que quedé en una especie de sin sabor intelectual que me obligó a repasar algunos apartes antes de atreverme a dar una apreciación, medianamente aceptable, ante aquellos que me la habían obsequiado –si es que tal cosa es un obsequio- (más bien una injuria).

Empiezo por decir que la novela –porque se conoce como novela- es sobre la vida de un escritor contemporáneo –para no decir frustrado- que se debate entre la fama por la escritura de unos cuantos best seller y la imposibilidad de la escritura de un nuevo energúmeno literario que logre captar la atención de los estadounidenses.


Entonces, es un conocido suyo, para no decir su traductor y amigo, quien nos cuenta cómo fueron esos últimos años de la vida de Tony, y para ello, lo revela él mismo, se inventa un diario, como para que la cosa no pierda el carácter personal de la historia.

El lector se encuentra con una serie de anotaciones del mismo Tony en la que nos cuenta detalladamente partes de su vida literaria y de su relación amorosa, a la vez que en capítulos del diario, como algo bien raro, aparecen fragmentos de los escritos que el célebre famoso escribe para la revista Play boy.

El hecho es que el diario es toda una enredadera, pues no sólo hay que descubrir cuándo habla de si mismo o de uno de los personajes pornográficos de la reconocida revista.


Ah, se me olvidaba contar algo particular: al escritor Flowers le han pagado por adelantado la platica para que escriba la historia que debe ser panacea de las letras norteamericanas, pero el muy pillo se la bebió y se drogó con ella y a la fecha no ha entregado ni un capítulo de la misma, por lo que se encuentra amenazado para recibir una multimillonaria demanda por incumplimiento de términos con la editorial.

Bueno, de la historia no quiero decir mas, -no puedo decir más- sólo que está deficientemente escrita y que se debe ver bajo la óptica de la postmodernidad, es decir, sin ningún lente en especial, ni en particular, ya que no es necesario ni válido tratar de desarticular una novela postmoderna, que de hecho está desarticulada desde su propia creación, pues aparece, como una imagen alucinada, la idea de que sea voluntariamente creada para contrarrestar los discursos de la postmodernidad escritural misma.

Me explico: una vez que hube leído la novela, tuve la oportunidad de hablar con el personaje que me regaló el librito y pues me tocó echarle el rollo de lo que yo apreciaba de la escritura y de la conformación estética, y entonces se puso tensa la vaina porque nos dimos cuenta de que teníamos visiones contrarias de la misma novela, dos lecturas aberrantes de la misma novela, casi, mejor dicho, que habíamos leído dos novelas distintas.

Él por su parte decía que la novela se enmarcaba en la novela postmoderna que no es creada desde una intención reflexiva sobre la humanidad y el entorno, sino que se iba fácilmente por las ramas de lo anecdótico y terminaba siendo una forma de presentación de acciones que no incluían un posicionamiento ideológico frente a la realidad y frente al mundo; una novelita pensada (si es que pudo decir eso) para entretener sin lógica a un publico lector que no se preocupa en lo más mínimo por el detalle y el buen funcionamiento discursivo en la narración.

Yo, en cambio, hago una lectura según la cual, la novela es pensada como una contra imagen de lo postmoderno, es decir que utiliza a conciencia las herramientas y formas postmodernas de representación para burlarse de ellas y cuestionar directamente su falta de sentido y de lógica.


Recuerdo la película Réquiem por un sueño, que también emplea esta forma, burlarse de la manipulación televisiva por medio de una historia que incluye para su presentación las formas de manipulación televisiva, con lo que se realiza un resaltamiento de las formas de manipulación y perversión audiovisual.

El último diario de Tony Flowers le apuesta a esta forma de presentación, a la que juega, como en un laberinto de parque, a manipular, de tal forma que cuando parece que la novela hace uso discriminado de las herramientas de escritura postmoderna, finalmente lo que hace es reflexionar acerca de ellas y de cómo pervierten el buen sentido de la literatura para caer en banalismos estéticos que poco contribuyen a la tradición literaria y que sólo entretiene a las mentes ávidas de rarezas pero no de ideología.

Un ejemplo de ello lo podemos encontrar en la página 83, en la cual el personaje Tony cuestiona la forma de escritura de otro escritor de best sellers que emplea una forma postmoderna de escritura: “tiene aun todas las ideas pretenciosas de un escritor novel, todo ese inútil parloteo teórico que destruye la literatura europea.


Aboga por una novela llena de citas, chistes privados, alusiones; retórica. Algo muy del oficio que aproveche los juegos que realizaba Lovecraft con la gente de su círculo, y que obligue al lector a participar en el proceso creativo para que llegue por sí mismo al meollo del asunto” (83)

En este fragmento se hace, según mi juicio, una alusión directa a la forma en la que está escrita la novela como tal, es decir que se reconoce a si misma como una forma de cuestionamiento a las formas escritúrales postmodernas, pues cuando dice que aboga por una novela llena de citas, lo hace refiriéndose a las 45 citas que vienen dentro de la novela y que se presentan como notas del traductor.


Cuando habla de los chistes personales se refiere a una cantidad de chistecitos de mala espina que aparecen durante la novela; y lo de los juegos, porque toda la novela es como un juego en el que el lector debe descubrir las posibles relaciones, sentidos y significados, porque no están, no hay lógica.

Octavio Escobar Giraldo es un escritor que le apuesta a la postmodernidad escritural, pero parece que para sentar su posición de que es ésta una forma poco elaborada de hacer literatura, con muchos vacíos y problemáticas diversas sobre la función y el papel intelectual de la literatura en la sociedad.

Espero que puedan disfrutar de la lectura de este libro, que aseguro, los pondrá a reflexionar sobre lo que es o no literatura y sobre sus propias concepciones de lo que es y no es arte, más en estos tiempos en lo que hasta una cagada fuera de lo común es arte.

Ahí les dejo algo de la creación
Octavio Escobar. Como para que lo cuestione y se hagan una idea.

Omar Alejandro González.

FICHA DEL LIBRO: ESCOBAR, Giraldo Octavio. El último diario de Tony Flowers. Colección cincuenta novelas colombianas y una pintada. Pijao editores, volumen 249. 2008.

jueves, 8 de octubre de 2009

VAMOS A MATAR AL DRAGONEANTE PELAEZ

Llegué a este libro de cuentos por una referencia crítica que realiza el profesor Hubert Poppel en su texto Historia de la novela policiaca en Colombia; en ese libro, el profesor alemán afirma que, dentro de la historia del cuento policiaco en el país, es necesario poner la mirada sobre los tres primeros textos que conforman este volumen. Tiene toda la razón.

Pero además de los policíacos, el libro contiene cuentos con diferentes matices, y diversos temas: los conflictos colombianos del siglo XIX; la guerra de pandillas por territorio; la conformación de un aparente grupo guerrillero por muchachos de colegio; la historia de un editor pirata.

En el libro además llama la atención la titulación de cada uno de los cuentos, acompañada de una fecha específica que ubica al lector en la época, pero siempre en Bogotá: la unidad de Vamos a matar al dragoneante Peláez, se consigue desde el recorrido por diferentes momentos de la vida de la capital, desde 1900 hasta 1995.

No es exactamente una serie de cuentos históricos que pretendan recrear un hecho o un personaje importante para el país: es desde la relación de eventos de seres marginales, desde la mirada a la cotidianidad de ciertos grupos, en donde se descubren facetas de Bogotá.

Por ella pasan amigos de la revolución liberal que pierden su vida sin gloria; agentes encubiertos fracasados y caricaturescos; chicos que se dan cuenta de las diferencias entre la violencia de la ciudad y la campesina; jóvenes en las drogas, capullos de insurgentes, comerciantes sin fortuna.

Es la historia de Bogotá desde las márgenes, desde los desarraigados y, para acuñar un término de Walter Benjamin, desde los vencidos.

Algunos de estos cuentos tratan de darle un giro a la mirada de los hechos, para lograr la originalidad, tan importante en los escritores modernos. De lectores y escritores más o menos recorridos es sabido que en ocasiones es difícil construir una ficción sobre temas que ya han sido, en apariencia, agotados: ¿cómo referirse a la guerra de los mil días sin caer en una imitación burda de García Márquez? ¿Cómo hablar del detective sin revivir a los clásicos Dupin o Holmes, o incluso a los más contemporáneos, mucho más desafortunados en sus casos? ¿Cómo hablar de la violencia bipartidista sin recordar crueldades y antagonismos crónicos? ¿Cómo hablar de pandillas, sexo, drogas, sin tocar la puerta de Andrés Caicedo, o la de Antonio Caballero en Sin remedio?

Son estas algunas de las preguntas que implícitamente se formula Roberto Rubiano, y la salida es la ironía y el juego a la caricatura de los personajes: considero que esa es su mayor virtud. En los momentos en los que no lo hace, como en “Peace and Love”, sus predecesores amenazan con aplastarlo.

Pero cuando el juego de la burla de esos personajes típicos que conforman la historia de nuestro país, trabaja a favor de la estética de este libro, se recoge la atención de los lectores.

No leemos entonces el manido cuento convencional de personajes que conocemos en la narrativa colombiana (el prócer, el detective, el hippie, el campesino, etc) sino que descubrimos, perfiles extraños, que producen, en la mayoría de los casos, la risa del lector.

Es una estética que, además de la ironía frente a varios temas y caracteres (la política, el detective, la insurgencia, la violencia bipartidista) se desarrolla con técnicas narrativas diversas, y desde varios lenguajes: desde el culto y reflexivo del general, quien afirma con algo de cinismo pero tal vez con mucho de verdad “a veces los tramposos y los ingenuos piensan igual. Sin embargo, los miserables sobreviven.

En cambio los ingenuos con ideales mueren” (19-20), hasta el registro lingüístico popular, de los pandilleros y los muchachos jugando a la guerra.

En conclusión, Bogotá recorre este libro y con cada instantánea nos recuerda otros que ya lo han hecho: desde las crónicas de Cordovez Moure, hasta la capital descascarada de Sin remedio, pasando por la conflictiva Calle 10 de Zapata Olivella.

Los cuentos de Vamos a matar al dragoneante Páez son una invitación a recorrer, no solo los andenes y casas de Bogotá, sino los conflictos, matizados con la ironía, de los personajes que la pueblan.

Leonardo Monroy Zuluaga

Ficha del libro: Rubiano, Roberto. Vamos a matar al dragoneante Peláez. Bogotá: Planeta, 1999.


sábado, 3 de octubre de 2009

WILLIAM OSPINA Y LA CRÍTICA INQUISITIVA

En el ámbito de la crítica literaria hay quienes esperan de todo ensayista un trabajo riguroso, constituido más que por un estilo personal de escribir y pensar, por una investigación seria, sistemática, la cual en ocasiones linda de manera peligrosa con los aburridos textos científicos que pretenden siempre la fácil verdad.

Me temo sin embargo, que dichos textos cuya importancia radica menos en el trabajo reflexivo e indagador de un autor y sus esfuerzos por cultivar una prosa estética original, que en el número de autoridades citadas y conocimientos verídicos, poco o nada tienen que ver con el ensayo literario.

En consecuencia, existen quienes ven en esta expresión literaria de las ideas, un amenazador desvío del pensamiento hacia la especulación infructífera, y es por ello que sólo encuentran valedero ciertas variaciones del ensayo literario, las cuales se caracterizan, en múltiples ocasiones, por ser muy ricas en tecnicismos e ideas ajenas y sumamente míseras en reflexiones personales y aventuras estéticas.

Con esto solo hago alusión a aquellos textos que a pesar de sacrificar la forma por el contenido y la subjetividad por una pretensión de ser objetivo, no cumplen con el mínimo requisito de todo ensayo: sugerir desde un punto de vista personal y sincero, una posible interpretación que debe ser tenida en cuenta.

La anterior reflexión, se me ocurrió después de revisar algunos textos valorativos sobre los ensayos de William Ospina, como lo es “Es tarde para la ingenuidad” de Andrés Hoyos.

Una interesante lluvia de balas de salva. Interesante porque tras el radicalismo con que pretende atacar otro supuesto radicalismo, emergen como náufragos algunas críticas interesantes y bien sustentadas, como cuando señala cierta ambigüedad del escritor en su posición frente a la religión cristiana.

Y digo de salva, porque a pesar de todo, su acotaciones sólo consigue tocar lo superficial del texto, solo se apresuran en prejuicios a clasificar al ensayista, obviando así, aspectos tan importantes como lo son su estilo cargado de metáforas, anáforas y enumeraciones que cautivan a casi todo lector, olvidando las reflexiones conmovedoras a partir de una frase o de una anécdota, restándole importancia a las citas “eficaces y sonoras” que nos hacen olvidar por un instante de quien las dijo para recordarnos solo la importancia de su contenido.

En suma en “es tarde para la ingenuidad” asistimos a una negación de la naturaleza literaria del ensayo, en la misma tarea de interpretarlo. Andrés hoyos, en su afán de defender su posición frente a la crisis de la modernidad (que es totalmente opuesta a la de Ospina), cae en el error de encasillar al escritor y con ello en el vacío que connota ignorar las virtudes de sus textos en aspectos estilísticos y reflexivos.

Recordemos pues que la originalidad del ensayo como lo plantea Gómez Martínez, no reside en lo nuevo de los temas, sino más bien, en el tratamiento de los mismos, el cual se deriva de la personalidad del ensayista, de su visión de mundo y las circunstancias históricas de la sociedad de su época (1992: Cap. 5).

No podemos entonces pasar por alto la angustia que embarga al William Ospina al ver en un vaso desechable el símbolo de la sociedad de consumo o el dolor de ver el mundo reducido a insensibles cifras.

De ahí la importancia de la forma en que el ensayista trasmite al lector todas sus experiencias ya que los ensayos representan el crecimiento emocional e intelectual del hombre en el transcurso del tiempo.

Con esto no pretendo enaltecer el libro en cuestión, porque de hecho Es tarde para el hombre es uno de los primeros libros de ensayos de William Ospina y en él se puede percibir cierto entusiasmo y vigorosidad desenfrenada, que resta profundidad a algunas de sus reflexiones y en cambio les suma lugares comunes y posiciones en ocasiones vulneradas por un radicalismo producto de la sinceridad del autor.

Al contrario, por ejemplo, de otros libros del ensayista como Las auroras de sangre, Los nuevos centros de la esfera o La decadencia de los dragones, donde los mismos temas recurrentes dentro de sus preocupaciones (entre los cuales se destacan: la modernidad, el redescubrimiento de América latina y la cultura) son abordados de una manera más lúcida, más equilibrada y con mejores resultados estéticos.

Siendo así, queda claro por un lado, que a la hora de abordar un ensayo, más que un texto estamos abordando un ensayista, y es por ello que al lector como lo sugiere también Gómez Martínez , se le impone la tarea de que más allá de considerar el valor del ensayo per se sin relacionarlo al autor ni a su obra, debe hacerlo de una manera más fecunda, que presupone la anterior, pero en la cual el ensayo es estimado también como proyección del autor (Ídem), lo que en pocas palabras significa que es incorrecto juzgar (en el sentido de la crítica calificadora y comparativa) al ensayista en su proceso de pensar, a partir de un fragmento de su obra, ya que se desestima la evolución de sus reflexiones y la construcción de una estética particular.

Por otro lado, que dicha interpretación no debe estar subordinada a una concepción parcial del ensayo literario, es decir, bajo un ideal de ensayo que desacate su propia naturaleza: la de un género literario que oscila entre la formalidad y la informalidad, entre la poesía y la razón, pero que nunca privilegia de manera polarizada ninguna de las dos partes.

En dicha instancia, este texto es una invitación a ejercer una crítica desprendida de prejuicios, cuyo eje central sea la reflexión en torno a las distintas dimensiones del ensayo.

Por o tanto no es acertado querer hallar en libros como Es tarde para el hombre y otros de este corte, las características de un ensayo meramente formal: una ambiciosa disertación en torno a una teoría o un deslumbrante desfile de códigos restringidos que tengan como último objetivo, el de invitar al lector a ser partícipe del deleite de pensar con los sentidos bien despiertos.

Bibliografía citada

- GÓMEZ-MARTÍNEZ, José Luis. Teoría del ensayo, segunda edición. México: UNAM, 1992 (versión digital). [Consultado 12 mar. 2009]. Disponible en
http://www.ensayistas.org/critica/ensayo/gomez/index.htm

DAMIAN GUAYARA GARAY