jueves, 3 de febrero de 2011

ENSAYISTAS POLÉMICOS

Rafael Gutiérrez afirmó en uno de sus artículos que el vacío en la crítica y la historia literarias colombianas se debían en parte al silenciamiento de la polémica que para él era una “guerra literaria o guerra intelectual”, alejada de la asonada física y el resentimiento. Bien podría retomarse esta actitud para una ética del ensayo, género que se ha convertido en el comodín del mundo escolar y se ha manoseado hasta la saciedad.

No me detendré en su denominación aunque es claro que la incertidumbre frente a su conceptualización ha permitido el uso enloquecido de este género discursivo. Sin embargo, para mí, el ensayo está entre lo científico y lo literario: es argumentativo pero su argumentación involucra tropos y giros narrativos que persiguen la belleza del lenguaje, tal como aparece definido en algunos de los textos citados por Fernando Vásquez. De paso, y teniendo en cuenta su complejidad, debo decir que el ensayo es un género imposible en la escuela y el colegio.

Personalmente considero que un ensayo requiere, además de un carácter científico y a la vez literario, de dos condimentos que lo hacen atractivo: profundidad en las ideas y convicción polémica. La primera tan sólo se logra con la lectura y la escritura constante. El producto es un escrito que si bien no resuelve del todo una temática, por lo menos se le da una forma especial que el lector puede apreciar con claridad.

Las diferencias frente al artículo académico se hallan en la terminología usada y los propósitos, e incluso en el impacto que causen en el lector, porque un buen ensayo siempre será más exitoso que ese largo bostezo que emana de algunos interesantes trabajos científicos. Para no absolutizar la cuestión se debe afirmar que no todos los ensayos son atractivos ni todos los artículos académicos son anestésicos; algunos de estos últimos realmente atrapan y dentro de los ensayos los hay de diferentes matices.

Hay ensayos timoratos –un oxímoron, por supuesto, porque un ensayo requiere de aventurarse- cuidadosos de respetar las convenciones y de ponerle riendas a la experimentación. De estos aun hay muestras, muy a mi pesar, porque para mí un ensayista contemporáneo debería ser polémico por antonomasia. La polémica no se logra con argumentos superfluos ni vanos usos irónicos del lenguaje. La polémica intelectual requiere del conocimiento de las causas y la fortaleza de las ideas.

La diferencia entre la polémica y la simple diatriba escandalosa radica en la argumentación. Nada más desalentador e incluso cómico que un ensayista que se dedica a la iconoclastia desconociendo la tradición de la discusión en la que está involucrado. Son ejercicios de una fuerte convicción pasional o en algunas ocasiones animados por el afán de figuración que se quiere obtener por la vía más corta. Al fin y al cabo cuando un aspirante a escritor o un consagrado que tiene agotada sus fuentes creativas requiere de cierta atención, puede recurrir al simple escándalo.

En la novela colombiana, por ejemplo, esta salida se ha convertido en un recetario: sexo, drogas y alcohol, violencia del narcotráfico, humor negro. A los ensayistas imberbes también los apremia, en ocasiones, la inclinación por el protagonismo y terminan siendo el hazmerreir de la comunidad académica. Personalmente prefiero aquellos que continúan sometidos a lo convencional –aunque algunos son extenuantemente aburridos- que a quienes hacen, desde su escritura, curso de estrellas de circo.

Pero paralelo a estos intentos fallidos existen ejemplos de una actitud polémica real, que el lector disfruta. En Colombia yo pensaría en cuatro nombres, cifra incompleta porque aun tengo mucho por explorar al respecto: Rafael Gutiérrez Girardot, Carlos J. María, Pablo Montoya y Oscar Torres Duque. Los cuatro se han dedicado al ejercicio de la crítica literaria con fuertes dosis de interrogación y, por supuesto, un estilo que huye del acartonamiento y las buenas costumbres textuales. Con los cuatro uno puede tener enfrentamientos intelectuales –o por lo menos pretender tenerlos- porque ellos se han arriesgado a un arte que, por impopular y complejo, suele ser rechazado por quienes están en el ámbito intelectual del país.

Quién no se siente perturbado cuando, por ejemplo, Rafael Gutiérrez afirma que la nuestra ha sido una “aristocracia de aguapanela” (1982: 448) o que Julio Flores era un “profesional del sentimentalismo” (1982: 458) o que Barba Jacob “dominó el arte de decir banalidades sonoramente” (1982: 498); o cuando Carlos J. María afirmaba sobre Héctor Sánchez y pensando en su libro de ensayos que “como narrador de cuentos nos gusta Mas como pensador, como ensayista, Héctor es realmente una calamidad” (1996: 237); cómo no entusiasmarse al escuchar a Oscar Torres expresar sobre La otra selva de Boris Salazar que a ella “se la devoró la anáfora”, una metáfora para hablar de los excesos del autor; cómo no sentirse tocado al leer a Pablo Montoya en cuyas líneas se dice que Ursúa de William Ospina “está impecablemente escrita, pero esta impecabilidad es más de orden gramatical y sólo seduce a quien ama la altisonancia” (2009, 112).

Tomadas aisladamente, estas afirmaciones podrían sugerir ejercicios demenciales de quienes desean alborotar el avispero y hacerse indeseables, o aspirantes a los 15 minutos de fama que -pronosticó Andy Warhol- tendríamos todos los seres humanos. Pero del contexto general de estas afirmaciones emana un conocimiento de las causas por las cuales se expresan esas aseveraciones explosivas. Para mi ese debería ser uno de los espíritus del ensayo: la polémica.

Para no continuar aburriéndonos con textos desabridos, bienvenida la guerra intelectual embellecida por el lenguaje.

Referencias Bibliográficas.

Gutiérrez Girardot, Rafael. “La literatura colombiana en el siglo XX” En Mutis Durán, Santiago (Editor). Manual de Historia de Colombia. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1982.

María, Carlos J. Feedback: notas de crítica literaria y literatura colombiana antes y después de García Márquez. Santa fe de Bogotá, Barranquilla: Antares Editores, Instituto Distrital de Cultura, 1996.

Montoya, Pablo. Novela Histórica en Colombia, 1988-2008: entre la pompa y el fracaso. Medellín: Editorial Universitaria de Antioquia, 2009.


Leonardo Monroy Zuluaga


1 comentario:

  1. Además de FERNANDO Vásquez, sugiero se lea a Jaime Alberto Vélez y Ligia Amarilla, quines tienen otro enfoque sobre el ensayo de Montaigne, traicionado por Bacon. Aporto un comentario de Fernando Cruz Kronfly:
    "Hemos tenido en Colombia muy pocos ensayistas de gran fondo. El género del ensayo se ha venido transformando profundamente desde los tiempos de Montaigne hasta hoy. En las universidades se escriben artículos, apoyados en bibliografías y referencias tomadas del “estado del arte”, pero de ahí al buen ensayo hay mucho trecho. Es increíble, por inaceptable, que las universidades le den más importancia a los artículos que a los ensayos, con el argumento de que en los artículos se observan los soportes bibliográficos y las referencias, mientras que en el ensayo se encuentra ausente esta exigencia. Cuando el género del ensayo nació, la ciencia natural, humana y social prácticamente no existía. Entonces el ensayista era libre de escribir sus puntos de vista, con rigor y belleza, pero sin preocuparse de la vigilancia o de la crítica que sobre su pensamiento pudieran ejercer las “academias o comunidades científicas”, que para entonces mucho menos existían. Pero el desarrollo de la ciencia ha terminado por imponerle al ensayista la exigencia de un rigor que antes era inimaginable. El ensayista hoy, pienso, debe ser una persona absolutamente formada en la ciencia y en la filosofía, capaz de poner en práctica aquello que Max Sheller dijo un día, términos más, términos menos: “la cultura es aquello que a uno le queda cuando se le ha olvidado todo cuanto ha aprendido”. En este caso, desde un profundo y responsable saber científico y filosófico, el ensayista puede, entonces sí, prescindiendo de la cita o de la referencia y sobreponiéndose a sus ataduras, soltarse a pensar “por sí mismo”, en libertad pero con absoluta responsabilidad, sobre aquellos asuntos que son de su interés".

    Gabriel Arturo Castro

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