lunes, 29 de agosto de 2011

ESCRITOS EN LOS MUROS

No es extraño que un autor en plena madurez de su escritura literaria, eche un vistazo hacia atrás y vea con recelo sus primeros escritos. Por ejemplo, Germán Espinosa recuerda  su primer libro de poemas escrito en plena adolescencia y confiesa por qué no se siente a gusto cuando lo observa con ojo literario[1]. Así mismo las observaciones que se realizarán  en torno a Alonso Aristizabal generan cierta incomodidad en la lectura de sus relatos recogidos en su libro, acaso aun inmaduro, titulado Escritos en los muros.
Los primeros años son decisivos para un escritor, ya que  su entorno, su niñez y madurez corporal e intelectual generan las influencias para condensarlas e iniciar con el oficio literario. Alonso Aristizabal crea una atmósfera  en su lugar de origen Pensilvania, Caldas, y en la época que le ha tocado vivir.
Los relatos en su mayoría son contados en tercera persona y hacen eco de la violencia, el conflicto político, social y económico que atrae a sus personajes como emigrantes de ningún lugar quienes buscan un bienestar individual porque no hay otra alternativa. Muchos de ellos, en la búsqueda infructuosa de trabajo,  se decepcionan de sí mismos por no tener una educación y un oficio qué contar. Estas precariedades sociales las podemos encontrar en  Viaje para lejos y  La ilusión de Dumbar Circus.
Otros personajes simplemente son vagabundos en busca de una estabilidad por medio de una mujer, pero la avidez del licor rompe los lazos y estos individuos retornan  a su lugar de origen después de socavar muchos mundos: “Él apareció brotado por la tierra al octavo sábado” (pág. 43) afirma el narrador de uno de los cuentos.  La tierra que los vio nacer intenta purificarlos bajo sus mantos, pero ellos consideran que la marcha debe continuar sin esperar nada a cambio. Éste personaje regresa un sábado octavo intentando perderse en sus memorias, evitando las bifurcaciones de su destino.
En el relato que le da nombre al libro, la violencia se establece en una institución educativa. En esta, el misterio de los informantes incluye a todos en una serie de amenazas contra el rector, docentes y alumnos, cuando en un muro se escribe una ignominia y el rector empieza a discernir sobre ello: “Eso tuvieron que hacerlo anoche o esta mañana antes de llegar el personal” (Pág. 30). Más adelante se retoman los escritos como si fueran hechos con sangre del enemigo.
No obstante, si en los escritos de Alonso Aristizabal encontramos estos símbolos de la violencia y el inconformismo de su entorno social, falla su deseo de que la lectura nos sumerja  en el atractivo literario. Los comienzos de la mayoría de las anécdotas son muy pomposas: “Por las mismas razones que tiene la rosa para ser bonita y admirada, Elsita Aguirre era la flor de la cuadra” (Pág. 40). Estas narraciones no parecen cuentos sino anécdotas, con un marcado romanticismo y en su devenir no hay un cierre (si es que siempre lo hay) que llene de expectativas al lector: el autor los concluye olvidando todos los indicios.
Es cierto que el lector tiene plena autonomía de leerlo como desee, pero en estos textos no se encuentra una tensión, no hay intensidad en el soporte temático, la utilización de figuras literarias es tan cargada que cansa al lector y parecen más un relleno de imágenes para describir pero no adelantar, consecuentemente,  la historia.
Escribir cuentos “…significa agarrar al lector del pescuezo y no darle respiro, no permitirle escapatoria”[2], pero con Aristizabal no encontramos que el  agarre nos asfixie, ni siquiera nos ha tomado de la garganta para tensionarnos, sino que, en cierta medida, los relatos  son bostezados en la lectura de dos páginas, o incluso desde las primeras líneas: “Marido y mujer fueron a ver a la tía María…”(Pág. 75). En este texto la tía María y su enfermedad son simplemente un dato para alargar la historia de sus personajes: la enfermedad no es un hecho decisivo.
Finalmente, este libro muestra la necesidad de reflexionar sobre lo que significa contar historias, sobre el arte de la narración y sus riesgos. Esta obra de Aristizabal parece ser fruto de impulsos juveniles o, en todo caso, de un momento en el que el escritor perfilaba su propuesta. Textos posteriores pueden o no darnos la razón.
FICHA DEL LIBRO: Aristizabal, Alonso, Escritos en los muros, Editorial Oveja Negra Ltda., 1985.
LUIS FERNANDO ABELLO.



[1] Esta confesión la realiza en su antología poética recogida por Arango Editores Ltda. 1995, Bogotá, Colombia.
[2] GIARDINELLI, Mempo, Así se escribe un cuento, Punto de lectura, ediciones B, S. A 2003. Pág. 23

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