lunes, 19 de marzo de 2012

ESTUDIOS DE LITERATURA

Los acercamientos realizados teóricamente a la literatura varían –por razones obvias- según la época,  la escuela a la que se inscribe el teórico y por la visión o experiencia del crítico con la o las obras que estudia. Esto indica –y ya se ha dicho antes- que la crítica guarda una gran fuerza ideológica, así esta sea explicita o se esconda en los llamados “vericuetos del lenguaje”. De tal forma que el abordaje de la crítica encierra un “juego binario” para el crítico y el lector de la crítica, pues este último pasa de ser, en principio, un expectante para llegar a ser un actor directo dentro de ella. Veamos por qué.
El “juego binario” inicia entre crítico y autor de la obra, pues el diálogo de discursos es una constante entre los planteamientos del crítico y el o los “horizontes” que el texto estudiado abre. Es así como inicia esa “conversación” a la que llamó Sartre de esta manera: “los libros son como voluminosas cartas a los amigos”. Ahora bien, para tratar el tema del lector de la crítica –papel que en este momento juego- este se da, como se mencionó líneas atrás, de manera expectante, dado que la lectura se presenta como el escuchar una disertación, en la que yo, sujeto lector, “desempeño” un papel –en principio- pasivo en ese ejercicio.
La pasividad es aquí entendida no en términos de quietud mental, pues es claro que el abordaje de un texto es ya una actitud que niega el quietismo. Ahora, ese papel que es en principio de pasividad cambia cuando realizo una lectura entre líneas, indagando, recibiendo, escuchando las voces que del texto me atacan por todos los flancos. En este orden la lectura se desarrolla como lo plantea Gadamer en una “mezcla de horizontes” cuya fuerza nos lleva a re-pensar la actividad lectora, más cuando esta trae consigo juicios de valor que quizá sesguen mi criterio valorativo sobre tal o cual autor.
En este sentido, lo planteado por Isaías Peña Gutiérrez en “Estudios de literatura” publicado en 1974, libro nutrido por siete aproximaciones valorativas sobre temas que competen a la Literatura Colombiana y el diálogo que esta innegablemente tiene con el mundo (concretamente el Latinoamericano) permite observar un trabajo destacado -que a grandes rasgos va a ser presentado- en cuanto a posibles nuevas formas de abordar el fenómeno literario colombiano.
El libro inicia con una valoración titulada “Génesis y contraposición de la narrativa: Colombia, 1960-1977” en el que se hace un rastreo interesante por aquellos fenómenos históricos y literarios que llevaron a que se desarrollara la llamada “literatura de la violencia” como género literario. Aquí el autor plantea un nombre para esta literatura, él la llama “Narrativa del bloqueo y del estado de sitio” haciendo alusión al bloqueo que padece la Cuba comunista como suceso latinoamericano y estado de sitio por la declaratoria presidencial en la Colombia de la época.
El criterio de llamar a la literatura escrita entre 1960 y 1977 como “Narrativa del bloqueo y del estado de sitio” personalmente me parece importante dado que responde a la típica pregunta de “¿por qué literatura de la violencia la escrita en las décadas de 60 y 70, acaso el país aún no está en guerra? O ¿en qué género queda inscrita la narrativa de las últimas tres décadas que tratan temas de la violencia?”
Preguntas que en apariencia sonarían como simples pero que traen consigo un gran número de interrogantes propicios para la discusión temática, pues no sólo es de forma sino de fondo lo que en este ensayo suscita Isaías Peña Gutiérrez. Es así como deja un interrogante mayor: "La narrativa del estado de sitio, como nombre, sólo tendría un inconveniente: que lleguemos al siglo XXI en estado de sitio". Año 2012, al parecer, la premisa se cumplió.
El siguiente ensayo titulado “El más allá y el más acá del “boom” de la literatura latinoamericana plantea lo que en la actualidad se ha tornado recurrente y monotemático, pues siempre gira en torno a la piedra en el zapato de los escritores colombianos. Este autor cuyo nombre ha sido reducido a tres iniciales como la placa de un vehículo “GGM” lleva, y llevará el lastre de “verdugo de las letras Colombianas”. Es importante nuevamente contextualizar al lector que el texto aquí reseñado fue escrito en 1979, donde aún la discusión iniciaba y el culpable se señalaba con la uña del quinto artejo de pie.  
“Praxis y tendencia en “Tierra de promisión” de José Eustacio Rivera” es el tercer ensayo que presenta Peña Gutiérrez quien, a parte del diciente título, centra al lector desde las primeras líneas cuando afirma “Queremos ver el poema como una realidad externa al hombre pero jamás venida por generación espontánea. Analizarlo como un objeto pero no al estilo escolástico donde el objeto no tiene nada que ver con sujeto, como clasificación y realidad. Queremos penetrar en él entendiéndolo como una praxis creadora en un contexto social histórico” (pág. 45). Cabe anotar que en el transcurso de la lectura, esta toma rasgos estructurales, pues la forma de llevar el estudio a la poesía de Rivera cae en el análisis estructural de categorías, aunque no por ello este pierde validez.
Siguiendo con el estudio de la poética nacional son los timbrazos de un poeta quindiano los que captan la atención del lector, Dos libros del poeta Luis Vidalesse titula el cuarto ensayo que presenta las dos más importantes obras poéticas del olvidado Vidales. “Suenan Timbres” libro por el cual se dio a conocer el poeta en 1926 cuando las sombras del romanticismo y el advenimiento del modernismo captaban la atención del público lector. La Obreríadapublicada en 1979, medio siglo después de Suenan Timbres, hace parte también de esta interesante aproximación.
“Sonaron nuevos timbres o sonó el timbre porque el timbre no existía (existía la campana) en nuestra poesía: el timbre hacía  parte del desarrollo industrial en ese momento” (pág. 74). Si valoramos este juicio de Isaías Peña Gutiérrez podemos entonces comprender por qué a este poeta se le llamó “el verdaderamente nuevo” sin demeritar por supuesto lo hecho por León de Greiff y los poetas que integraron el llamado grupo de “Los Nuevos”. Ahora bien, lo que se plantea en el ensayo es –y haciendo la relación entre los libros- como lo dice el crítico “se necesita más aire en los pulmones para leer a  La Obreríada que para cualquiera de los poemas del anterior libro” (pág. 81). De esta manera se acentúa que la poética de Vidales no fue estática al pasar del tiempo.
“De Luís Carlos López a Ciro Mendia”  muestra una relación temática en estos dos autores, pues la sátira, el humor, la ironía entabla entre ellos vasos comunicantes a pesar de la diferencia espacio temporal, pues pertenecen a épocas distintas. “Por eso López y Mendia para estas notas solamente son dos poetas concomitantes y divergentes y, sobre todo, una poesía poco cultivada en Colombia” (Pág. 86).
Aproximaciones a Las convulsiones de Luís Vargas Tejada” y “Apéndice: Poética y fonología” son los dos ensayos con los que cierra esta valoración de algunos aspectos de la Literatura Colombiana. En el primero de estos resalta la forma en que el sainete es utilizado por Tejada, aparte del estudio a los personajes y espacios escénicos de Las convulsiones. En el último se da una temática con un fuerte influjo teórico poco presente en los otros ensayos, el cual muestra acercamientos a la retórica tradicional, el encabalgamiento, el paralelismo, la rima.
Así pues queda presentado a grandes rasgos el libro de Isaías Peña Gutiérrez, el cual servirá para la discusión que gira en torno al hecho literario colombiano y cómo este entabla un diálogo directo con el mundo en general.

JHON EDWIN TRUJILLO
Ficha del libro: Peña Gutiérrez, Isaías; “ESTUDIOS DE LITERATURA”

1979 Ediciones el Huaco Ltda. Primera Edición Bogotá, D.E. Colombia

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