lunes, 9 de julio de 2012

NOCHE DE VIAJERO


Decididamente llegas a casa y te encuentras en la situación de soledad y humo que has buscado desde muy temprano en la noche. Reina el silencio de los durmientes y te ampara la añoranza de saberte solo en medio de este resquicio que ha quedado del intento por cruzar el día. Y lo ves, quieto ahí en su ansiedad de ojo, esperando el momento para devorarte. Es otra vez Méndez Camacho, para asumir la soledad. Poemario.

Ansioso persigues el título que, por azar, ha quedado entre tus dedos,  y la imagen te cubre de súbito con  su ataque. Vienes hastiado de la noche y sus lugares –para ti los cotidianos, siempre nuevos para ella- y te recibe la rúbrica sencilla de aquello que muestra que no eres más allá de lo que dicte el poema en esta noche de viajero
que acusa
cuando  te sentencia:

Sudas, maldices en voz baja,
cierras los ojos y persigues
un sueño grato que tuviste
en la última noche de vacaciones.
Maldices otra vez
para apagar la luz
implorando que acabe la vigilia.

Hay un llamado a la oscuridad en estos versos, un reclamo para que acuda la noche y  el poeta pueda hundirse en el sueño. También ves hastío, una nausea cotidiana que asquea, ante la que no hay posibilidad distinta a la huida, la búsqueda infranqueable del camino hacia Morfeo, porque tal vez en los instantes del sueño puedes recordar la calma de los días, para vivirlos nuevamente, aunque cíclicos y miméticos. Ves que en las anteriores líneas  se encuentra un propósito negro que te ha ganado por completo. Palabras que relacionan el divagar de tu cabeza que se alborota cuando las letras confabulan para decirte que también te gana el miedo. Sudas. Maldices lo maldito de las letras. Te declaras devoto de la luz y asumes la esperanza del siguiente día. Sin embargo, el confabulado hace un nuevo ataque y te confirma que la noche se ha dispersado por los rincones de la casa y hace ruido. Cada objeto te punza
para que
lo consideres
cierto.
Entretanto,
la noche se diluye en ruido vanos:
El quejido del tren que sirve de cuchillo
para punzar la oscuridad,
el ajetreo de pasajeros y equipajes,
los minutos marcados
por el reloj de agua
de un grifo que gotea.

No molesta decir las cosas que se ocurren cuando se está solo, y se halla el hombre de bruces contra la palabra; tan seria ella. Entonces se hace evidente  de nuevo el  sudor y el cigarrillo es atraído por una mano que busca la seguridad, la calma. Afuera el bullicio es una estampida, la misma que se manifiesta en los pasajeros y equipajes que alucinan la tranquilidad de la voz poética, esa que después de apagar la luz da lugar a los imaginarios y las sombras provistas de vida, para que en medio de su  desvarío obsequie para la palabra misma la imagen del tren que rompe los tímpanos y vulnera la tranquilidad con mano criminal. El lenguaje es trasparente y no se anda con harapos o argumentos simples. Sólo el golpe fortalece, el reconocimiento de ser frágil, de azararse cuando Camacho asegura que eres viajero de la noche  condenado por tu propia mano y sometido por
 un misterio
siniestro
ante el que
Sudas copiosamente
y alargas la mano en la penumbra para buscar
-con ademán de ciego-
el frasco de los tranquilizantes,
y te encierras
en esa duermevela de viajero
que teme
noestar a tiempo en la estación
del siguiente día
para comprobar
                                         que tu impostada fortaleza erige una vez más el esqueleto que eres para los otros. Entonces, ante la evidencia de saberse despojado, solo y frágil, buscas de nuevo entrar en el sueño. Pero -sugiere el poema- te ves invadido por la imposibilidad de hallar consuelo, te desvelas y haces el mejor de los intentos para calmarte, en vano, pues los nudos noctámbulos se han cernido sobre ti para cegarte en el anhelo de un amanecer al que de seguro no  llegas. Lees trastornado nuevamente ese poema, Noche de viajero, teniendo la certeza de que está en tus manos el cuerpo completo de una cosa que te revela desnudo,
imposibilitado para la palabra,
la pregunta:
Cuál es tu viaje y hacia dónde,
cuál la ruta a seguir y
losmotivos que te obligan a  huir.
Como si fuese fácil
atreverse a dar respuesta
cuando no hay otra que no sea la misma que te ha llevado a consumir las letras en silencio. Sólo te sabes en las fauces de la sorpresa que el lenguaje teje alrededor de las veladas de locura rota. No eres más que las cosas que el poeta hilvana para trastorno de tus sentidos; la iluminación nocturna, la lucidez de saberse burlado por la palabra impresa que algún alucinado pronunció en su Cúcuta natal.

Jamás es necesario acechar bajo el nocturno para afirmar la carne de la presa entre las fauces; únicamente es anzuelo la escritura, que con su poder de palabra y de silencio, a decir de Drumond de Andrade, se consume a sí misma, pues  en la búsqueda
de contacto con
el verso efímero
Sería igual si hablara tu lenguaje
pues no hay idioma conocido
para intentar, siquiera,
una respuesta.

Al final, cansado de parpadearte la noche, concilias el sueño.  Ha sido un fracaso enfrentar el poder de la palabra, de ese lenguaje oscuro que aguarda más allá de lo nombrado  y tu evidente frustración. Te sueñas en medio de acertijos y al fin pareces hallar salida en el fondo de tu nocturno afán. Amanece, abres los ojos y nada parece haber cambiado, salvo tu noción de tiempo, y un poemario al que le falta una hoja, que en medio de la noche halló nido en ti para volverse miedo.

Omar Alejandro González Villamarín.
Ficha del libro:
MÉNDEZ CAMACHO, Miguel: Noche de viajero. EN: Para asumir la soledad. Poemario. EN: Exilio. Revista. No 19. ISSN 0122-0063. Bogotá 2009.

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